TEXTO AYUDA CASO 2: Cuando en la vida conyugal las discusiones, peleas y conflictos son más que recurrentes y los intentos de la pareja por solucionarlos no han dado frutos, es recomendable consultar a un tercero. Su adecuada elección es clave para que el proceso concluya con éxito.
Existe un nivel de conflictos que es normal dentro de todo matrimonio, pero podría hablarse de ciertas alertas o luces amarillas a las que hay que estar atento porque podrían ser el preámbulo de una posible crisis conyugal.
1. La falta de diálogo y de disposición a escucharse entre marido y mujer. “El que no haya tiempo ni espacio para conversar con el otro en lo cotidiano puede esconder simple agotamiento, distancia afectiva, más interés en lo que pasa afuera que adentro, entre otras cosas”, explica Mariarita Bertuzzi, psicóloga clínica y psicoterapeuta familiar y de pareja.
2. La reiteración de las peleas cotidianas. “Cuando se pelea en forma permanente por cosas que parecen no tener importancia, hay que poner ojo, porque aunque sean detalles pueden hacer la vida muy desagradable y producir una escala de conflictos. Además, la vida se hace de detalles”, asegura Claudia Tarud, abogada y directora del Instituto de Ciencias de la Familia de la Universidad de los Andes.
3. Cuando la vida conyugal se deja estar en la rutina, cuando se dan besos de memoria o se pregunta “¿cómo te fue?” sólo por cumplir.
Mariarita Bertuzzi afirma que en sí misma la rutina es buena, ya que “hay un modo de vivirla que la hace distinta cada día. Llevar los niños al colegio y escuchar lo que conversan puede hacer que cada viaje sea diferente. Si marido y mujer se encuentran en la noche para comer, si se miran y escuchan con interés, cada comida puede ser diferente. El problema es cuando no se pone atención al otro y se da por hecho que se le conoce”.
4. Cuando los cónyuges dicen que ellos viven 100% para sus hijos. Según Mariarita esto es muy preocupante, porque implica descuidar la relación de pareja y empezar a mirar al otro sólo como padre o madre. “Es importante que haya un espacio mental y físico para los cónyuges. Esto no significa descuidar a los hijos, ya que si la pareja está bien, los niños estarán bien”.
5. Cuando él o ella no quieren llegar a
El primer paso
Cuando uno o ambos cónyuges han detectado que en su matrimonio hay alguna de estas luces amarillas, lo primero es conversarlo en pareja y tratar de resolverlo juntos. Mariarita asegura que la mejor manera de empezar el diálogo es explicarle al otro cómo me siento y no tomar una posición de ataque.
“Por ejemplo, si la mujer tiene una queja puede decirle a su marido ‘sé que estás con mucho trabajo, me gustaría saber cómo te sientes, pero yo me siento sola y necesito que busquemos un espacio para encontrarnos los dos’. Esto es mucho más efectivo que decirle ‘siempre llegas tarde, nunca te preocupas por mí’”, afirma
Los frutos de esta conversación pueden tardar, la acogida del otro puede demorar meses, pero lo importante es darse tiempo, tener paciencia, crear instancias para dialogar y no pretender solucionar los problemas de un día para otro. Sin embargo, si los conflictos se mantienen después de un tiempo prudente en que realmente se ha intentado arreglar las cosas, es recomendable recurrir a un tercero.
La persona idónea
La clave para el éxito de este proceso está en la elección de ese tercero. Aquí es fundamental que marido y mujer tengan rectitud de intención y sean sinceros con el otro y consigo mismos respecto a lo que buscan al pedir ayuda (espiritual, psicológica o legal), ya que es muy fácil encontrar a una persona que diga lo que uno quiere escuchar. Si el objetivo es salvar la relación conyugal, lo más prudente será acercarse a alguien que tenga una vida sólida, que valore la familia, que crea que el matrimonio es indisoluble y viva la fidelidad coherentemente.
Mariarita Bertuzzi enfatiza en la importancia que tiene esta elección, ya que “he conocido a personas que salen de la psicoterapia individual entendiendo que la solución a sus problemas es la separación, ya que su matrimonio era justamente lo que las dañaba”.
Y explica que el rol del terapeuta es mostrarle al cónyuge las consecuencias y lo que implica su eventual decisión, pero nunca entregarle soluciones o decirle lo que tiene que hacer. También es tarea del terapeuta hacerle ver al paciente inclinaciones que muchas veces son inconscientes, por ejemplo, creer que se quiere pedir ayuda, pero en la práctica hacer justamente lo contrario.
Añade que en una terapia de pareja lo óptimo es que ambos cónyuges estén dispuestos a colaborar, pero si no ocurre así, igual hay que procurar que el terapeuta conozca las dos partes para tener una visión más completa de
“Hay
Otro camino a seguir es
“La mediación no aconseja ni propone, sino que devuelve el protagonismo de la vida a cada uno de los involucrados, procurando que ellos mismos lleguen a un acuerdo. Esto implica abrir canales de comunicación, contar con la colaboración de ambas partes y tener la certeza de que cada uno es dueño de su propia vida. La mediación se sustenta en la libertad y autonomía de las partes, y considera que las crisis son una oportunidad. Los cónyuges aprenden una nueva forma de relacionarse”, explica.
“Pon amor donde no hay amor, y sacarás amor”. San Juan de la Cruz.
¿CRISIS U OPORTUNIDAD?
- Claudia Tarud, abogada y directora del Instituto de Ciencias de la Familia de la Universidad de los Andes, afirma que en todas las etapas del matrimonio es normal tener conflictos, pero que cuando éstos se acentúan o se hacen cotidianos hay que estar atentos.
- A su juicio, las crisis siempre se pueden ver como una oportunidad. “Un conflicto puede mirarse como el fin de un asunto o como una oportunidad para detonar un cambio positivo. Permite mirarse a uno mismo, replantearse las cosas, crecer y mejorar como persona”, afirma Claudia.
- Y agrega que esta oportunidad es para ambos como matrimonio, pero sobre todo para quien detecta que hay un problema, porque cada persona es dueña de ella misma -no del otro- y la única conducta que se puede cambiar definitivamente y que depende de uno mismo, es la propia. “Yo no tengo en mis manos las acciones, pensamientos y afectos del otro. Mi cambio de actitud necesariamente va a tener una repercusión positiva en mi cónyuge. En cambio, si cifro la mejora del matrimonio en que el otro cambie, puedo morir esperando”, asegura.
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