Muchos de los cuentos de nuestra niñez terminan con la frase “se casaron y vivieron muy felices”. La realidad es otra, el matrimonio es una estación de partida de algo que puede ser maravilloso, increíble y grandioso, pero lamentablemente en ocasiones no siempre es así.
Muchos de los cuentos de nuestra niñez terminan con la frase “se casaron y vivieron muy felices”. Señalaban la boda como la estación final de un largo viaje.
La realidad es otra, el matrimonio es una estación de partida de algo que puede ser maravilloso, increíble y grandioso, pero lamentablemente en ocasiones no siempre es así.
Alguien ha dicho que el amor a primera vista no tiene nada de extraño, y que el verdadero milagro es el amor que dura toda la vida.
¿Será así? ¿Por qué unos matrimonios perseveran y otros no? ¿Por qué la infelicidad en tantos matrimonios?
Intervienen muchos factores, las causas son muy variadas:
- a) La diferencia entre la expectativa y la experiencia: el matrimonio se convierte en un depósito de sueños e ilusiones. Lástima, pero ni tú eres María, ni tu marido San José, ni tus hijos son precisamente la reencarnación del rubio rabí de Galilea.
- b) Una mala elección, falta de sinceridad, inmadurez, factores que vician de origen el matrimonio.
- c) Vivir un espejismo del amor, no el amor auténtico.
- d) Dejar morir el elemento clave, central de todo matrimonio: el amor conyugal
Es necesario saber con claridad qué es el amor y qué no es el amor. Un espejismo es una ilusión de la imaginación que no tiene fundamento en la realidad.
Conformarnos con un espejismo es renunciar a la verdad, renunciar al amor auténtico.
Es como si yo fuera a construir un crucero y me dijera: a mí me gustan con cabina ancha, ventanas grandes (para apreciar las olas), camarotes amplios, de poco calado y sin botes salvavidas (ocupan mucho espacio, son antiestéticos y no son necesarios, no se va a hundir mi barco).
Lo pinto de blanco y azul, y rompo una botella de champaña para bautizarlo con el nombre de Endless Love, amor eterno.
Invierto dinero, tiempo, ilusión y esfuerzo, y el día que queda listo las invito a todas ustedes a la travesía inaugural.
Quizá alguna me preguntaría:
- Y eso, ¿flota?
- ¡Claro que sí, ha sido el sueño de mi vida!
- Y, ¿has tomado en cuenta las leyes de la navegación?
- ¿Las leyes de qué?
Lo más probable es que mi barco esté listo para la fotografía, pero no precisamente para navegar. Para que un matrimonio llegue a buen puerto es necesario construirlo con base en las leyes del amor, y no contentarse con espejismos.
- a) El amor no es un sentimiento: es frecuente confundir el enamoramiento (que sí es esencialmente afectivo) con el amor, que es esencialmente espiritual. ¿Por qué el amor no es meramente un sentimiento?
El sentimiento es algo que nos pasa, somos pasivos; el amor es una opción personal, somos activos.
Sentir no es querer. El sentir que se quiere es afecto. El amor, además de afectos, tiene efectos: hechos, actos de la voluntad. Si sólo hay afectos no hay amor, sino puro sentimentalismo inestable. Puede haber amor sin sentimiento y sentimiento sin amor.
El enamoramiento sí es un estado emocional, no somos libres de enamorarnos. En palabras coloquiales podríamos definirlo como una alegre borrachera afectiva.
Entre sus principales síntomas están: el trastorno de atención, cristalización, admiración y deseo irresistible a estar con la persona.
Existe un doble desenlace del enamoramiento: la desilusión (tenía mejor lejos) y el amor (porque te conocí te elijo y actúo). Al sentimiento se suman la inteligencia y la voluntad.
Si el matrimonio se basa en el placer o provecho (aunque sea mutuo), el hombre y la mujer no estarán unidos más tiempo que mientras dure la fuente de tal placer. Será un buen negocio, pero jamás será un matrimonio, ya que se codifican el uno al otro.
- b) Otro malentendido sobre el amor es la frustración que surge de la idea: “Yo ya dí demasiado, el problema es que amé demasiado”. Esto está mal planteado, es una falacia, porque no se puede amar de más. La medida del amor es amar sin medida.
2.- Horizontes del amor
Entonces, ¿qué es el amor? Es la donación personal que busca desinteresadamente el bien del otro. Es una donación personal: entrega de mí misma, con todo mi ser espiritual y psicosomático.
No basta con dar cosas: es búsqueda, es mi voluntad que decide como máxima expresión de mi libertad. Se ama porque se quiere amar, y querer es un apetito elícito (es decir, precedido por el conocimiento: porque te conozco, te elijo).
Podríamos decir que es un proceso de autoafirmación y de afirmación del otro. El que ama reconoce al amado y lo acepta, en cierto sentido lo confirma, le dice “es bueno que tú existas”: el amor va más allá de mis propias narices.
Es diferente vivir con alguien que para alguien, con un tú reconocido y apreciado no por lo que me da o me hace sentir, sino por lo que él es: finalmente, el amor busca el bien real, no sólo aparente, profundo, no superficial. Lo importante es que el amado sea feliz.
El bien auténtico se contrapone al capricho. De aquí que no exigir del amado lo mejor sea indiferencia, lo contrario del amor. ¿Cuál es el horizonte del amor? El bien del otro, el bien último, no podemos bajar la guardia antes.
Y como la navegación, el amor conyugal tiene sus leyes:
- a) Renovarse o morir, “trabajar el amor”: el célebre periodista británico Paul Johnson menciona como característica fundamental para un matrimonio feliz el considerarlo como un trabajo. El amor conyugal no es como Nescafé: le das vuelta y lista, es instantáneo.
Buscar las oportunidades en lo pequeño, los detalles marcan la diferencia, te liberan de la rutina. ¿Cómo recibías a tu marido la primera semana después de la luna de miel? ¿Te encontró arreglada, de buen humor, con algún detalle? ¿Cómo te encontró anoche? Si le gustan los chilaquiles, ¿se los preparas o le das hot-cakes? No quieras ser su mamá, sé su amiga, sé su amante.
Haz tuyos los triunfos de tu pareja, interésate por sus cosas; en otras palabras, no le des el avión. No te inscribas al club de la lágrima perpetua, ni pidas tu membresía de la sociedad del quejido (tejido sí, quejido no: queja de todo, queja constante, incluso de que el agua está mojada).
Tampoco vale ser candil de la calle y oscuridad de tu casa, amable con todos a excepción de los que viven conmigo: amargura con trato de exclusividad (sólo trato mal a los que tengo cerca).
- b) Aceptación y aprecio: ¿aceptación de qué? Aceptación alegre de la decisión que hice de casarme. No fantasees con los futuribles: si hubiera… No permitas que la duda te acose: ¿por qué me casé?.
Aprecio de lo bueno que hay en tu matrimonio, en tu cónyuge. ¡Reconócelo y celébralo! No dejes de admirar a tu marido y no lo disimules. Demuestra a tu pareja que lo quieres, necesita saberlo. Valora lo que tienes y agradécelo; no vaya a pasar que no veas lo positivo en tu vida por estar concentrada en lo negativo.
- c) Fidelidad y coherencia: vivir y tratar de vivir de acuerdo con lo que has prometido. Sobre todo en tiempos de tormenta, es fundamental tener claro (no sólo en la mente, sino en el corazón y en la vida diaria) las prioridades.
No olvidemos que, como dijo Saint Exupéry: “el amor no es el mirarse el uno al otro, es mirar juntos en una misma dirección”. Maru Cárdenas
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